sábado, 27 de febrero de 2010

Barbas y teta

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(“La mujer barbuda” – Ribera)

La fealdad humana, dicen, testimonia.
¡Y sí, por la momia de Ramsés!,
ésta más fea, pues cabe mayor fealdad:
La fealdad del duque de Alcalá
virrey de Nápoles;
la fealdad del pintor también.
El uno por pintarla,
venderse a tal labor;
el otro por legarla,
enano de su corte, fenómeno,
a la posteridad.

Sí que retrata la fealdad

Circos y pan necesita el mundo,
monstruos expuestos en las ferias:
Tetas con barbas;
barbas con tetas.
Al mundo le den lo que se le asemeje,
los virreyes de Nápoles
y pintores criados,
músicos criados,
ninguno atreviéndose al coraje
de Mozart o Beethoven
para enfrentar aristócratas y obispos
con un “¡Por aquí!”
“tu puta madre te pinta eso,
te compone eso,
eso te escribe”.

Divagación:
Shakespeare con su obra en los brazos;
el patriarca Abraham con su único hijo,
he creído yo ver ahí,
¡y hasta al mismísimo Dios con el suyo!
He ahí otras barbudas tetas retratadas
para los siglos;
he ahí putañeces más de risa.

Aclaración:
Y más le cabría la teta
al esposo que aguanta en su lugar,
perro criado,
lleno de franca humillada expresión,
“esto es lo que hay para comer:
lo que diga ese pintor
que el Virrey manda”.
Y a las barbas, tan serias,
comprometidas con la obligación de sustentar su casa,
¡sea por medio de sus tetas o de su barba!,
ese poco respeto que el que pintó negó
en nombre del que pagó.
Ese poco respeto que le siguen negando
espectadores que ante ella se paran
no para admirar a la Mona de Vinci,
tan hombre si la examinan,
tan Leonardo como Madomna,
sino para soltarse unas risitas.

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